“No hay nada que embriague tanto como la atracción del abismo.”
Viaje al centro de la tierra.
Julio Verne.
Viajo mucho. Por acá cerca, no más. A mis ciudades nuevas, a mis ciudades prestadas, a
mi ciudad natal. Pero viajo mucho. Viajo por caminos conocidos y por caminos ajenos.
Y siempre la situación en común cuando emprendo el viaje: el armado de la valija. Para
aquellos que me conocen, no les sorprenderá la confesión de que llevo ropa de más. Por
si llueve, por si hace frío, por si el calor sorprende, por si salgo o me recluyo, por si…
La valija y la ceremonia del viaje.
En la población abigarrada de la Terminal de Retiro en Buenos Aires, los maleteros –
entre tanta gente – ya me conocen. Me ven llegar arrastrando mis rulos y mi equipaje. Y
me rescatan. Me sonríen y me dicen: “¿Y ahora? ¿Para dónde te vas?” Siento alivio al
verlos. Siento que ese pedacito de andén, en la multitud, es un lugar de mi hogar
trashumante.
Luego, el rito del asiento. El bolso con mi notebook fiel, con un chal por si…, con los
remedios y las llaves de tantas casas que habito; el bolso, decía, bajo mis piernas.
Caramelos de goma y los auriculares para que una voz de radio me acompañe hasta que
la señal se pierda y el sueño me encuentre. El viaje comienza.
La dirección teatral es un viaje. A una tierra nueva. De un mundo conocido a otro,
incierto. De nuestro ejercicio cotidiano de la profesión a un recomenzar. Al emprender
un nuevo espectáculo, el director se dispone a armar su valija de saberes y deseos, de
escenarios transitados y de incógnitas por descifrar. Pero por sobre todo, allí, en su
equipaje íntimo debe estar su corazón. Ese corazón que es su ser, su identidad, su tesoro
escondido. De esto se trata el viaje teatral: un reencuentro con uno mismo, sabiendo que
en el tránsito de la ruta atravesaremos precipicios y paraísos.
La búsqueda de una estética propia – un lenguaje, un cómo narrar la escena – es lo que
distingue a un director de otro y lo que sella su estilo. Para ello la teoría y la
especificidad de la dirección teatral son las primeras herramientas: esas prendas que sí o
sí guardamos necesariamente en nuestra maleta. Un pulóver negro. Un pantalón negro.
Siempre nos serán útiles. Sin embargo, un detalle o un accesorio harán que esa prenda
negra, cuando se la vista en algún nuevo destino, sea única y distintiva. Del mismo modo, los saberes y experiencias en la labor de dirección deben reciclarse y re-crearse
en cada espectáculo. El lugar seguro aburre y empalidece la travesía. Sólo el
compromiso profundo de arrojarnos a un destino ciego iluminará nuestro periplo.
Entonces, ¿cuál es el verdadero viaje del director teatral? El viaje al centro de uno.
Claro, toda expedición interna genera temores y angustias. Nuestro presente y pasado
nos acechan y nos instituyen. Es desde allí donde podemos reconstruir los fragmentos
de vida y crear arte. Una nueva palabra teatral que diga en un nuevo espectáculo. Y
nuestra pobre valija – mi enorme valija – se inunda de recuerdos, de rostros amigos, de
voces de los que ya no están, de palpitaciones incontrolables, de vacíos amatorios, de
juegos de infancia, de la mirada en nieblas de mamá, de la cansada sonrisa de papá, de
las resurrecciones de mi hermana, de la perpetua ingenuidad de mi sobrinito. Sí, éste es
mi equipaje.
Embriagado por el peso de mi abismo hecho arcón, llego al ensayo donde mis actores –
mis maleteros – amorosamente me rescatan de mis bártulos y dicen: “¿Y ahora? ¿Para
dónde vamos?”. ¡Como si el director tuviese una respuesta cierta! Buscamos algún
dulzor en la boca, alguna voz interna que nos predisponga al sueño teatral, nos
aseguramos que el viejo equipaje esté entre nuestros huesos por si… y nos erguimos.
Queridos actores, el viaje comienza.
El presente escrito fue realizado para los “Apuntes de Artes Escénicas/2016” de la
UNL, en el marco de Argentino de Artes Escénicas de ese año.
En aquellos tiempos, aún vivía en Buenos Aires.
13 años allí. Un día armé mi valija y volví a mi Santa Fe.
Mami y Papi ya no están.
Pero sí estarán siempre, siempre llevando mi valija en cada viaje.
Por: Edgardo Dib
Teatrista Santafesino, Actor-Director-Dramaturgo-Docente