Autor: Antonio M. Yapur
Hace algunos años, fue furor una película que atravesó el mundo: ”El Planeta de los Simios”.
Para quienes no la recuerdan o bien para los que por su edad quizás no tengan noticias, la película muestra acerca de un planeta Tierra gobernado por simios y donde los seres humanos son, tan solo, seres irracionales.
Esos humanos ni siquiera tienen la categoría de esclavizados, pues son tratados por los simios de la misma manera que en otras épocas del planeta, cuando los humanos eran la especie dominante y manipulaban al resto de la vida.
Bien, este artículo no pretende ser una crónica de la película, pero quizás sí, un disparador para pensar la actualidad. La película ha impactado en grandes sectores sociales y también en la cultura popular. Generó en aquella época debates sobre la evolución, la inteligencia humana y la animal y las relaciones entre las especies, cuando una conmoción planetaria, cambió a la especie dominante.
Entre muchos aspectos a analizar, emergen los que hoy en nuestro planeta están en evidencia, como la inteligencia artificial, la evolución, las emociones, el racismo, la dominación, el sometimiento, la libertad, la esclavitud.
Podríamos afirmar que estamos recorriendo una etapa de transición donde el humano histórico, aquel que aún subsiste como sujeto social y protagonista de una experiencia e identidad colectiva, está siendo aceleradamente convertido en un objeto consumidor.
Me refiero a aquel ser humano portador de derechos, convivencias comunes, proyectos colectivos y que hoy, el capitalismo actual, lo detona para aislarlo y transformarlo en una entidad tangible, intercambiable, en un consumidor permeable a los deseos que en cada momento necesite el mercado.
Así vemos cómo el mercado habla del consumidor, de sus deseos y hasta de sus derechos, relegando al ser humano, pues es más económico producir deseos y defender derechos del consumidor que derechos humanos.
El consumidor produce plusvalía y para el mercado es más sencillo y barato manejar sus emociones. Es más sustentable provocar un consumo, sea consciente o compulsivo, pues hace que el usuario asigne una renta para adquirir bienes o servicios que le otorgarán un grado de satisfacción instantánea y un endeudamiento constante. Los humanos consumidores ajustan su presupuesto acorde a su nivel de ingresos.
El capitalismo enajena al humano y lo transforma en un subhumano productor de plusvalía a merced del mercado. Quizás, de alguna manera, podría ser una forma de interpretar la película “El Planeta de los Simios”.
Consumir no tiene nada de pecaminoso, todos los seres vivientes del planeta consumen. Las vacas consumen oxigeno, pasto y ahora en la modernidad esteroides, la lechuga consume agua, dióxido de carbono para crecer en su fotosíntesis, hormonas para embellecerse y agrotóxicos y en consecuencia, los humanos consumimos vacas, pollos, lechugas y frutas.
Cuanto más bellos sean estos consumos mejores serán nuestras satisfacciones orgánicas y emocionales y más rentables nuestras enfermedades y muertes.
Aún así, podrías decir que es un consumo necesario (aunque no imprescindible) para sostener el ciclo vital humano.
También existen y predominan otros consumos que son inmateriales, menos evidentes, son aquellos que vehiculizan emociones y deseos, que congestionan el búfer mental para luego compulsivamente presionar el botón “Comprar ahora” de Mercado Libre o de Amazon. Así creamos una expectativa de 24 o 48 hs, hasta que llegue el contenido del botón presionado.
Ahí fundamos un fugaz futuro que nos da expectativas, esperanzas, solo por ese exiguo momento, luego sobrevienen otras 48 horas o quizás 72 para el disfrute del objeto consumido. A partir de ahí se reinicia un bucle en el que quizás haya una dosis de culpa por la compra innecesaria, luego sobreviene la conclusión o el lavado de esa culpa diciendo “ya está”, “ya fue” y se reinicia el ciclo para una nueva satisfacción.
Ahí están sostenidas las esperanzas, expectativas y los proyectos del humano consumidor, del humano aislado, del humano a merced del mercado. Esa es la infinita muerte de los indiferentes