Si bien para muches todavía aparece como expresión artística divergente,
extraña, indescifrable, ajena, incómoda, la contempo
habla más de nosotrxs como sociedad de lo que estamos dispuestos a decir en voz alta.
“No, no se qué es eso…”, “Vi obras…pero no me gustan, no las entiendo”, “¿Son los que bailan medio desnudos, unos encima de los otros?”, “No, porque no voy a ver cosas al teatro, eso es muy gay”, “¿Es eso que bailan y se revuelcan en el piso?”, “Sí, la escuché nombrar pero no conozco ¿es un tipo de ballet?”… Lejos de poner en tela de juicio o señalar con el dedo los recursos con los que cuenta o no el tío en la mesa de Navidad para conversar sobre arte o la vecina en la muestra de fin de año de la Academia de Artes del Pueblo, tratemos de leer entre líneas y observar que para gran parte de la sociedad todavía opera, funciona, está presente un discurso que identifica a la danza con cierta manera de usar el cuerpo, no otra y con ciertos parámetros de belleza y género. Aún hoy hay formas de habitar el cuerpo validadas socialmente para ser llamadas danza y otras que: digamos, …no siempre. Las grandes referencias históricas del mundo escénico se grabaron como huellas dactilares en el consciente/inconsciente colectivo/social:
En la Antigüedad, los griegos crearon el teatro como sistema de representación social que venía (entre otras cosas) a adoctrinar: sólo varones de cierta condición social podían actuar. Además, dioses, héroes y semidioses se entrecruzaban en tramas trágicas que anunciaban las consecuencias o castigos posibles en caso de romper las normas establecidas, incluso los esclavos eran obligados a estar presentes, a ver. “¿Cuál podrá ser mi cruel destino como simple mortal en caso de osar rebelarme si hasta los semidioses han sido castigados por errar?”, podría ser una lectura rápida de la bajada de línea y el carácter prescriptivo en la función social de este arte.
A partir del Renacimiento[1] y desde la cuna europea privilegiada de la corte monárquica francesa se dan los primeros pasos para la constitución del sistema dancístico que (también surgió con un marcado sentido de definición de roles y estereotipos de género, y que) conocemos como danza académica pero que se popularizó como ballet clásico. ¿Sus funciones sociales? Profesionalizar las prácticas del movimiento conocidas hasta el momento, perfeccionar, fijar, codificar, unificar, establecer, normativizar, seleccionar formas, figuras y cuerpos para definir una técnica universal que viabilizara la representación de relatos, con altos estándares de rendimiento físico y orientados hacia el concepto clásico de belleza como arquetipo de la perfección estética: simetría, equilibrio, armonía, cumplimiento con características de peso, altura, estructura ósea y muscular (entre otras cosas). Las obras compuestas tampoco fueron inocentes o azarosas en cuanto a aquello que narraban y, claro, se constituyeron a partir del contexto en el que fueron creadas, para ser admiradas, entretener, recrear, ordenar y embellecer…
Lo urgente hoy es bailar
Sin embargo, el rescate, reconocimiento y puesta en valor del espacio personal, interno y la dimensión subjetiva del ser que atraviesa la propuesta de lo que vamos construyendo como danza contemporánea rompe con aquellos esquemas mecanicistas que consideraron al bailarín como ente/objeto ejecutor/reproductor/imitador de habilidades físicas para ser mostradas. La contempo desborda, rebalsa la técnica. Quiero decir: para nada prescinde de ella pero no basta con la técnica para construirnos movedores/investigadores de este lenguaje. No, al menos, sin evadir todas aquellas interpelaciones, indagaciones y exploración que habilita una danza que se movió de lugar, que nos movió de lugar, porque el mundo cambio y las necesidades sociales también… Como todo a través del paso del tiempo lo hace, como la vida misma, porque los contextos socio-históricos-políticos-religiosos y culturales van transformándonos porque los transformamos. Nos empoderamos del tiempo y espacio vital que somos capaces de crear al reconocernos humanes que encarnamos la danza. ¿Es lo mismo bailar en un mundo pre-Freud que en un mundo post- psicoanálisis? ¿Pueden trazarse procesos idénticos de la historia de la danza en Oriente que en Occidente? ¿Podrían obtenerse los mismos resultados dancísticos en un mundo industrializado que en una sociedad pre-capitalista? ¿Hay cambios en la investigación del movimiento en contextos pre y post-pandemia?
La dimensión dialógica de la danza contemporánea es doble: un ser danzante que habla consigo mismo para re-conocerse y que se pone en juego y diálogo con sus espectadores, pero puede ser triple…tal vez cuádruple y así. No sólo dependemos de la mirada del público en un teatro. La danza puede ser el cualquier espacio que habitemos con la predisposición a bailarlo. Y cuando no hay espacio físico, lo construimos desde el espacio poético. Sólo a modo de ejercicio: ¿Podemos recrear el impacto social que promovió la práctica de cuerpos danzantes no estandarizados? Eso que no encajaban en la talla y medida preestablecida. ¿Podemos dimensionar la repercusión en los públicos al observar corporalidades quebrando los estereotipos de género y abrazando la desnudez de los cuerpos en escena? ¿Podemos imaginar aquel momento en que, por primera vez, alguien dispuso su cuerpo en el piso decúbito dorsal, cerró los ojos y se enfocó en toda la información que obtenía de sólo prestar atención a su propia respiración? Ese reconocimiento del movimiento interno como danza; en esa escucha de su mundo interior (no sólo de su cuerpo físico) había una conversación, incluso antes de activar su movimiento dirigido en el entorno y para un observador. Quiero decir que pasamos de objetos a sujetos, y con ello la caja de herramientas con las que contamos para bailar se multiplicó y desencorsetó. Con tantos ingredientes disponibles para la cocina, caer en una fórmula recetaria sería mezquino, egoísta, cuanto no cobarde y cómodo.
El banquete que ofrece la mesa de la danza contemporánea viene a decirnos de la vida y de nosotrxs mismxs mucho más de lo que estamos dispuestos a decir en voz alta y a reconocer lo que (también) somos como sociedad: no somos todos iguales, la belleza no es la misma para todos, no sólo es digno de ser contado un relato pensado en términos convencionales, no todo relato hace eco en el público de la misma manera, el cuerpo es territorio de investigación, la diversidad es, lo que hay para contar desde el arte no siempre es agradable, la vida cotidiana se agota pero el arte la resignifica, no todxs accedemos al mundo creativo y (aunque en el siglo XXI) el arte sigue siendo un privilegio, todo lo que conocimos como verdad y validado hasta hoy podemos ponerlo en discusión…
Por: Rocío Corrales, Comunicadora Social. (*) (*) Curiosa del juego y del movimiento. Siempre aprendiendo. Guío experiencias de aprendizaje. Creo. Escribo y dirijo obras en equipos interdisciplinarios.
[1] Describiendo la historia de la danza, Alba Luz Robles Mendoza recuerda que: “La palabra ballet fue utilizada por primera vez por el maestro, coreógrafo y compositor Balthazar de Beaujoyeulx de origen italiano, quien montó los primeros ballets en 1572 para la boda de la hija de Catalina de Medicis y en 1573 para la celebración del nombramiento del Duque d’Anjou como Rey de Polonia, introduciendo las artes italianas a las cortes francesas (Da Silva, 2017)”.
BIBLIOGRAFÍA:
- Apuntes de cátedra de la Capacitación en Teatro (2013) . Liceo Faustino M. San Juan. Santo Tomé, Santa Fe.
- FLORES, Claudia. (2008) “La danza contemporánea en el trasmilenio: tendencia y técnica” en Revista Científica Guillermo de Ockham. Vol. 6, No. 1
- MINISTERIO DE CULTURA DE LA NACIÓN (15 de octubre de 2020) “15 de octubre de 1581: primeros pasos del ballet” https://www.cultura.gob.ar/los-primeros-pasos-del-ballet-8969/
- ROBLES MENDOZA, Alba Luz (2019) “El ballet clásico desde una mirada de género” en la página web de la Asociación Mexicana de Alternativas en Psicología. https://alternativas.me/31-numero-42-especial-2019/207-el-ballet-clasico-desde-una-mirada-de-genero
AUDIOVISUALES:
- SVANMAJER, JAN. (1982) “Las dimensiones del diálogo”