abril 18, 2025
Filosofía

LOS SIGNOS OBSOLETOS

En el SXXI nadie encuentra un lugar acogedor

para resguardar los propios deseos

de la contaminación social.

María Noel

 

Cuando los discursos que me atravesaban empezaron a sonar arcaicos, las estructuras institucionales  asfixiantes y los eventos sociales claustros de xenofobia, comencé a experimentar una enorme incomodidad con el mundo.  Las cotidianas convicciones que tenía, se fueron transformando en grandes cuestionamientos, que pusieron en jaque las elecciones, los proyectos y las propias bases que las cimentaban.

¿Hemos caído en una parodia absurda donde se escenifica una realidad sin coherencia?

¿Estamos asistiendo a una teatralización de las instituciones?

¿Somos la obsecuencia de hábitos establecidos por otros?

¿Refleja mi auténtico deseo el mundo que construí para mí?

Entonces surgió inmediatamente una imperiosa necesidad de re pensar qué sentido tiene lo que hacemos: las rutinas, los hábitos y los compromisos que asumimos por ósmosis, a través de las instituciones, las tradiciones estereotipadas bajo una conveniencia social, antes que personal.

En el SXXI nadie encuentra un lugar acogedor para resguardar los propios deseos de la contaminación social.

El aprendizaje es una de las mayores maravillas que el ser humano puede experimentar, aumenta la creatividad, nos permite conocer el mundo que nos rodea, pensarlo y transformarlo.  Estar en constante aprendizaje amplía nuestras capacidades de elección y fortalece la autoestima.

Algo tan natural e innato en el ser humano, la que propiamente experimenta el niño a través del juego, se va convirtiendo, a medida que crece por la influencia escolar, familiar y social, en un hostigamiento disciplinar en el que las expectativas ya no le son propias sino de la estructura social.

Nos asiste una crisis de paradigma, nos estamos empezando a preguntar por qué y para qué, y ninguna de esas preguntas encuentran respuestas en el sistema instaurado.

No sabemos si lo que deseamos es una construcción personal, o simplemente una derivación de la tradición conservadora de los estereotipos aprendidos.

La naturaleza humana se identifica con el asombro, el deslumbramiento por lo inédito, la aventura y el desafío de pensar y deconstruir, volver a proyectar y adentrarse en una vorágine de emociones colmadas de sentido y plenitud, pero nada de eso parece ser conveniente para el conservadurismo imperante y, en pos de asegurarnos la estabilidad, negociamos nuestra originalidad.

Es necesario hacer parate para analizar lo propio y lo ajeno, para ubicar el deseo y reconocer las prioridades de una vida que es única e irrepetible, que no puede ser arrasada por la exigencia de un mundo que no entiende de amor, de pasión y regula el tiempo en función de la productividad y el rendimiento.

Por María Noel Candioti

Profesora de Filosofía

@noel_candioti

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