…“la más criolla de todas las batallas
que se han dado en el territorio argentino”.
Esta semana se recuerda –o debería recordarse– la Batalla de Tucumán, que tuvo lugar entre el 24 y el 25 de septiembre de 1812 en las inmediaciones de la hoy ciudad de San Miguel de Tucumán, y en la que el General Manuel Belgrano obtuvo un triunfo fundamental en la Guerra por la Independencia de esta Patria hoy extraviada y que tanto costará recuperar. Y batalla que fue, según Vicente Fidel López, “la más criolla de todas las batallas que se han dado en el territorio argentino”.
Un año antes, en noviembre de 1811, Belgrano había sido designado al frente del Regimiento de Patricios y, dos meses después, enviado a proteger las costas del Río Paraná. Allí enfrentó a las fuerzas españolas, creó y enarboló por primera vez la bandera nacional el 27 de febrero de 1812, y se hizo cargo de la jefatura del Ejército del Norte.
Quizás –es conjeturable ahora– aunque había sido derrotado en el Paraguay un año y pico antes, su prestigio como patriota era muy alto y su carisma tan potente que en los pueblos por donde pasaba con sus ejércitos populares era ayudado de muchas maneras, incluso por niños que también fueron héroes, como el correntino Pedrito Ríos muerto en combate a sus 13 años de edad y quien pasó a la Historia como “El tamborcito de Tacuarí”.
También secundado en otras campañas por mujeres y niñas, cuando Belgrano comandó el Ejército del Norte en el Alto Perú sobresalió cerca de él y a sus órdenes María Remedios del Valle, llamada “la Parda”, que era como se les decía a las negras o mestizas descendientes de africanos. Con ella entre sus tropas, el 25 de mayo de 1812 instaló más al Norte, en Jujuy, su cuartel general e hizo bendecir allí la bandera celeste y blanca.
Meses después, Belgrano libró la que para muchos historiadores fue la “más nacional batalla de la guerra por la Independencia”. Ahí hubo escuadrones de todos los pueblos: los “Decididos” de Jujuy; la caballería salteña bajo la jefatura de Moldes, las milicias tucumanas de Bernabé Aráoz, los catamarqueños de Bernardino Ahumada y Barros, y hasta el guerrillero altoperuano Manuel Ascensio Padilla que, con sus jinetes, formaron la escolta de Belgrano. Y batalla en la que debutó, en ese septiembre de 1812, la “parda” o “negra” Remedios del Valle, quien se presentó ante Belgrano días antes y le pidió permiso para atender a los heridos en las primeras líneas de combate.
Don Manuel, quien como era natural en aquellos tiempos era reacio a la presencia de mujeres en sus tropas, le negó el permiso tal como había hecho con Pedrito Ríos en la campaña al Paraguay. Pero después, y en plena batalla en los campos tucumanos, debió rendirse a la evidencia del valor de esa mujer cuando vio que combatía a los españoles con fiereza, alentaba a gritos a los soldados, y su decisión y arrojo eran contagiosos. Así, tras la rotunda victoria en Tucumán, Belgrano la nombró capitana de su ejército y muchos empezaron a llamarla «Madre de la Patria».
Meses después, y tras vencer también en la Batalla de Salta en febrero de 1813, en octubre y noviembre Belgrano fue derrotado por los realistas más al Norte, en Vilcapugio y en los llanos de Ayohuma, cerca de la ciudad de Potosí en lo que hoy es Bolivia. En todas esas batallas, en victorias y derrotas, María Remedios del Valle jugó un papel extraordinario y en particular en Ayohuma, donde las tropas argentinas tenían el doble de caballería pero los realistas los superaban en infantería y artillería. Así, los españoles impusieron su potencia de fuego, pero la dura derrota dejó, sin embargo y como símbolo histórico de abnegación y valor, a un grupo de jóvenes mujeres a quienes se recuerda como las “Niñas de Ayohuma”, quienes auxiliaron a los heridos durante esa tremenda batalla a las órdenes de la que ya era popularmente conocida y respetada como “La Parda del Valle”. Y respeto bien ganado porque además de combatir fusil en mano, junto con sus dos hijas, atravesaron incesantemente el campo de batalla para auxiliar y dar de beber a los heridos.
Pero allí “la Parda” fue herida de bala y tomada prisionera luego de que ayudó a huir a varios oficiales patriotas. Los realistas le aplicaron nueve días de azotes públicos, que le dejaron cicatrices para toda la vida. Pero logró escapar y se sumó al ejército de Martín Miguel de Güemes, haciéndose cargo del hospital de campaña. Ya todos los ejércitos patrios hablaban de ella.
Nacida supuestamente en Buenos Aires hacia 1770, María Remedios del Valle fue la primera mujer militar de la Argentina. Tenía poco más de 30 años de edad cuando se alineó en la defensa frente a la segunda Invasión Inglesa, integrando un cuerpo de milicianos llamado “El Tercio de Andaluces”. Y después de la Revolución de Mayo acompañó la primera expedición al Alto Perú del Ejército del Norte, al mando de Belgrano. “La Parda Remedios”, como también la llamaban, se incorporó al Regimiento de Artillería que comandaba el capitán Bernardo de Anzoátegui, junto con su marido y sus dos hijas, ninguno de los cuales sobrevivió a esa campaña.
Terminadas las Guerras de la Independencia volvió a Buenos Aires, pero, ya vieja y muy pobre, acabó en la miseria y mendigando, refugiada en las iglesias de San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio y en la Plaza de la Victoria (la actual Plaza de Mayo), donde sobrevivió comiendo las sobras que recibía en esos conventos.
Hacia 1826, ya con unos 60 años de edad y siendo para esa época una anciana, inició una gestión pidiendo compensación por sus servicios a la Patria y la pérdida de su esposo e hijas. Pero no lo logró y debió seguir mendigando en la Recova del Bajo de Retiro, hasta que un día el general Juan José Viamonte –entonces diputado en la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires– pasó por allí y la reconoció: “¡Pero usted es la Capitana que nos acompañó al Alto Perú!”, le dijo, asombrado, y gestionó desde entonces que se le asignara a esa mujer inigualable un sueldo de capitán de Infantería, lo que sólo logró dos años después con un discurso en el que resaltó que ella había luchado en los ejércitos de la Patria desde 1810 y era conocida y respetada por “hasta el último oficial en todo el Ejército”. Tras largos debates se le otorgó “el sueldo de capitán de infantería”.
María Rosario del Valle murió el 8 de noviembre de 1847 y hoy algunas pocas escuelas la recuerdan: en el Sur de Misiones; en Corrientes sobre el río Paraná, y algunas más en las provincias de La Rioja, San Juan, Córdoba y Buenos Aires. También un jardín de infantes lleva su nombre en Resistencia, Chaco, y hay una escuela en la Capital Federal que se llama –todavía–“Capitana María Remedios del Valle”. Y el 10 de diciembre de 2018, en la Escuela Nº 25 de la ciudad de Santa Rosa, Provincia de La Pampa, sita en la calle Ferrando 54, la comunidad educativa inauguró el primer monumento a María Remedios del Valle, hecho por docentes artistas plásticas de la Unión de trabajadores/as de la Educación de esa provincia.
En un país con tanto racismo revivido, como es hoy la Argentina, no deja de ser justo –y emocionante motivo de orgullo– que a la par de tantos próceres blancos ahora aparece junto a Belgrano, en los nuevos billetes de 10.000 pesos, una mujer negra. Es María Remedios del Valle. Justicia histórica, dígase.
Autor: Mempo Giardinelli (*) Página 12,Septiembre 2024 (*) Periodista, docente y escritor. Es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Poitiers,Francia.