abril 18, 2025
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“Cuando pienso en mi vocación, la vida no me da miedo”

La ciencia astronómica puede predecir las conjunciones astrales, lo que no puede predecir es su belleza ni su efecto sobre los humanos que las contemplan… Conjunción y probabilidad.

Desde el pasado viene una producción de “La Gaviota” de Chejov, allá por 1990. El actor que interpretaba a Kostia y la actriz que hacía lo propio con Nina nunca más volvieron a trabajar juntos. Mucho después, se produce un reencuentro, aparece un texto y junto con eso se suma un actor, director y dramaturgo con ganas de dirigir…

Tres talentos en conjunción y la probabilidad de una generación artística memorable. Las condiciones están dadas… Y generaron algo superlativo, estupendo por donde se lo mire, con la simpleza del conocimiento bien aplicado y la complejidad de una decantación gravitacional, de esa que poseen las más bellas manchas de humedad sobre un viejo piso, producto del implacable tiempo.

Una mancha en un lugar, y su tiempo. ¿Cómo será vivir en una mancha de humedad? Acostumbrarse a vivir en dos dimensiones, permanentemente aplastados sobre una superficie. Sin perspectiva. Sin horizonte. Sin arriba ni abajo. Sin límite ni principio. Sin antes ni después. Una ondulación que solo decanta. Ahora bien, esa mancha es mancha porque es visible. Cuando se oculta se vuelve entonces algo ominoso. Los judíos llamaban a ese lugar habitado y oculto el Seol, la tumba universal de los no-vivos, en el fondo de la tierra, adonde judíos y gentiles, justos e impíos iban a parar en soledad perpetua, sin conciencia unos de los otros. Los griegos le llamaban Hades, lugar donde los muertos vagaban reducidos a sombras de lo que fueron en vida. El cristianismo católico reelaboró estas tradiciones y generó un lugar de penitencia, el Purgatorio, donde las almas en pecado se preparaban para acceder a la presencia del Señor. Ya sea el inframundo, un lugar oscuro y frío en las entrañas de la tierra, o un espacio preternatural entre Cielo y Tierra, ese no es un lugar agradable para estar. Y precisamente ahí, en ese lugar, ocurre la fábula, el encuentro de Kostia y Nina, de “Por qué demoró tanto”.

Y al ingresar a la sala ya están deambulando sobre ese lugar Nina y Kostia. Circulan, en sentido literal, y se presienten, se intuyen. También nosotros los espectadores somos presentidos, intuidos. Y yo intuyo que la puesta ya ha comenzado. Una vez en mi lugar, al que me llevó un amable acomodador, puedo comprobar que eso es así y que lo que ocurre, ocurre y ocurre y ocurre. Un círculo de acciones, sensaciones, olvidos, y reencuentros… y otra vez y otra vez y otra vez. La estética, la idea, las sensaciones de la puesta ya están planteadas.

Sabido es que como espectador se puede dejar todo como está en la escena y luego que ésta se ha consumido, retirarse más o menos satisfecho. O bien se puede dialectizar lo que se ofrece, complejizarlo más allá de su simpleza, interrogarlo más allá de sus respuestas, abrir sus pliegues y ver, o intuir – de nuevo esa palabra -, lo que hay ahí. Yo me inscribo en esta segunda opción. Porque esta opción, aclaremos, es también una vía válida al placer. Ver esta puesta fue placentero. Y escribir esto es placentero. El placer aparece al descubrir los cruces de géneros, tan fecundos, los enlaces discursivos, tan contundentes, las intertextualidades, tan concupiscentes. Es placentero comprobar cómo una puesta presenta sus problemas y los resuelve. Es lo que siempre espero y no siempre encuentro. En este caso la dirección ha estado atenta a esos tópicos, lo cual, digámoslo, es marca registrada suya. Pero me estoy adelantando.

Dije que hay simpleza. Sigamos entonces por lo simple: un espacio escenográfico circular, rodeado de sillas y tarimas con sillas. El espacio escénico también es circular, enmarcado por una tela en el piso, en la cual están las huellas, – manchas – de innumerables pisadas, incluyendo las nuestras, las del público… Sobre esa tela-piso una mesita-banco, con un cajón que de tanto en tanto se abre para vaciarse y volver a llenarse. El círculo escénico se refuerza con luces que enmarcan la acción y el lugar, un ahí que, por lo dicho anteriormente, es de reclusión, encierro, sofocación. Para más refuerzo, los espectadores no somos ajenos. Formamos como las paredes de ese hueco manchado desde el cual los personajes-actores nos miran. Y en ese ahí suceden cosas extrañas.

Dije complejizar. Veamos entonces eso “extraño” que acontece: La extrañeza de lo conocido, o también lo reconocido, de lo cercano. Esa extrañeza que abre miradas y repercusiones que vienen desde lejos y están paradójicamente, también, a un par de metros de metros de distancia. Los que saben denominan a esa paradoja “doble distancia”, una cercanía y una lejanía juntas, una presencia tramada y sutil de una lejanía. Una presencia por lo tanto dialéctica, es decir, entretejida de deseo y duelo. Sobre esta superficie anímica, corpórea, de Nina y Kostia, se asientan los actores-personajes, Raúl y María Rosa, como una re-presencia sobredeterminada que cumple la función de dar curso a un cruce de géneros, en este caso del drama al biodrama, con toques de comedia negra. En efecto, esas vetas de significaciones, de direcciones estéticas que se cruzaban y se contradecían me involucraron, me distanciaron, me hicieron reír de la mejor manera, tentado, sin poder contenerme. Mis lecturas actuales, por esas casualidades – o no tanto – me pueden ayudar en esto. Alguien que sabe dice que esa experiencia es fenomenológica, independiente de cualquier discurso que solo es ocasión, y que tiende puentes entre lo sensorial y lo semiótico que no son derivados lógicos, extraídos a posteriori, sino que ocurren ahí, en el momento preciso de la doble distancia. Es decir, ocurre o no ocurre. Como un remolino en el río. Y de ahí el riesgo de la puesta. Podría no haber ocurrido nada. Pero he de ser realista. Porque dentro de esa extrañeza que mencioné, justamente en esa extrañeza, ocurren cosas que a quienes formamos parte del ambiente teatrero local y tenemos cierta cantidad de años nos han de resonar. Esto no quiere decir que la obra sea para un público determinado o exclusivamente local. Pero a quienes conocemos a los intérpretes y sabemos del efecto de estar o no estar en un escenario… lo que ocurre es de una efectividad que no ofrece dudas. La vida y la espera del actor de provincia está ahí. Entonces toda la teatralidad del cruce de géneros me generó una reflexión, ya en ese momento, sobre cuestiones que a veces se nos escapan: ¿qué pasa con los actores cuando no actuamos o cuando no nos encontramos? ¿en cuál lugar estamos, en cuál “ahí”, que no es nuestra casa, nuestro trabajo (que a menudo “solo” nos permite comer y pagar impuestos), sino “otro”? Konstantin Gavrilovich Treplev, Nina Mijailovna Sarechnaia (y también Boris Aleksevich Trigorin) están en ese “ahí”.

María Rosa Pfeiffer, Raúl Kreig (y también Edgardo Dib) están en ese “ahí”. ¿Será que nuestro destino como actores, autores (lo que sea) a la espera… es ser personajes de una comedia conmemorativa, condenados a la repetición de los mismos textos, los mismos chistes, la misma paciencia, avistando una consumación del tiempo que nunca se produce? ¿Preguntándonos siempre por qué demora tanto? Como me suele ocurrir, estoy hablando de mi… Será por eso que me reí tanto, que me emocioné, que me sentí interpelado. Porque yo también, más allá de mis posibilidades que se reducen día tras día, me sentí parte de ese ahí esperando actuar, encontrarme.

Pero claro, “esto es teatro” (parafraseando a aquellos que dicen “esto es fútbol”) y en determinado momento el actor-personaje Raúl dice “estamos actuando…” con lo cual lo visible se vuelve invisible, parte fundamental de la doble cara del mito en nuestra vida cotidiana. Una formatividad que el universo sonoro de la puesta se encarga de barrer de un golpe, un golpe de sonido, un “viento malo” que se lleva todo, como se siente el efecto de un placebo que se termina.

Pero no todo tiene que ser así. “¿Por qué demoró tanto?” tiene implícita, y la dirección lo remarca, en sí la apuesta por la esperanza. Demoró, pero se dio.

Y se dio de la mejor manera. Unas actuaciones estupendas, magníficas, de esas que provocan un sentimiento de “sana” envidia, si algo tan siniestro como eso existe. Un vestuario acorde a los personajes chejovianos, una iluminación ajustada, un sonido que funciona sinestésicamente, como una iluminación, generan una puesta de excelencia. Ya lo dije. Lo vuelvo a decir. ¿Y qué más decir? Ver esta puesta me generó efectos de conocimiento, un choque rítmico. Quedé vibrando. A la espera. Decantando.

Por: Eduardo Leva. leemateo.com.ar

 

INFO:
  • FICHA: escrita por Maria Rosa Pfeiffer y Edgardo Dib,   con las actuaciones de Raúl Kreig y Maria Rosa Pfeiffer.  Asistente Elisa Martínez y  dirección de Edgardo Dib.
  • LUGAR:  Sala Teatral La 3068  (San Martín 3068 – Santa Fe)
  • DÍAS: Viernes 24 Y 31 de Marzo – ULTIMAS 2 FUNCIONES
  • HORARIO: 21 hs.

 

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